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jueves, 13 de mayo de 2010

“El arte es el contrapeso de la barbarie”

Primer objeto: litografía de tauromaquia de Fernando Botero, autografiada por el pintor para mí gracias a Fernando Botero Zea. Primer espacio: el despacho del ministro de Defensa de Colombia en el que recibí la copia -con foto incluida para demostrarlo- y la sala de mi casa donde la exhibo desde 1994 con un llamativo marco dorado. Primera sensación: Felicidad. ¿Soy dueño de un tesoro? Segundo objeto: 82 grabados de Goya, exposición “Los desastres de la guerra”. Segundo espacio: Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Bogotá 2008. Segunda sensación: Estremecimiento. ¿Violencia, política y arte fusionados? Tercer objeto: instalación inédita de Doris Salcedo sobre la desaparición forzada. Tercer espacio: taller de la escultora en Bogotá, en el popular barrio Colombia. Año 2010. Tercera sensación: Conmoción. ¿En qué país vivo?

(Trasfondo: entramos a un gélido edificio con frontis de taller metalmecánico. Un ascensor industrial desciende lento, quebrando el silencio monacal. Los dedos vigorosos de una mano pequeña abren la telaraña de hierro y en la oscuridad aparece la mujer de 52 años, vestida de negro y blanco informal. Parece una Medusa por la cabellera, pero su mirada no petrifica: transmite calidez como su voz y su sonrisa. Es Doris Salcedo, la escultora bogotana cada día más universal. Ahora porque ganó el Premio Velázquez de las Artes, equivalente al Cervantes en literatura. A pesar de la magnitud y trascendencia de su obra, no da entrevistas, no se deja tomar fotos, odia el exhibicionismo. Por eso la imaginan huraña y prepotente. No. La noche que la conocí me conmovió su apacible timidez; la predisposición a observar y escuchar; a hablar poco y de manera contundente; casi siempre tomada de la mano de su esposo Azriel Bibliowicz, mi profesor de literatura. Por condescendencia de ellos más que por perseverancia mía, periodista y fotógrafo entramos al estudio de “una de las artistas más importantes del mundo contemporáneo”, según el fallo anunciado el miércoles por la ministra de Cultura de España, Ángeles González-Sinde. Es un tercer piso más que iluminado, franco, de grandes ventanales, techos altos, paredes blancas, limpias; un escritorio, una gran mesa de dibujo, decoración mínima; no hay cuadros, nunca habrá un Warhol ni un Botero, tampoco diplomas o fotografías de egoteca, basta con un nicho para esculturas indígenas colombianas y libros. Ambiente de oratorio. Las meditaciones se transforman en obsesión y exigencia cuando baja al taller, para encarnar y honrar el dolor de las víctimas de la violencia que la inspiran. Relajada, refugiada en su silla, detrás del escritorio repleto de libros que lee lupa en mano, me permite preguntar con libertad y responde sin prepotencia, con la sensibilidad que despiertan sus obras, que son su visión del país y del ser humano).

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